el eterno no porvenir de la sub 20

Pensaba la semana pasada acerca de qué diferencia había entre la selección sub 20 y la selección supra 20. Y no veía otra que la satisfacción: los chicos quieren ganar partidos, los grandes quieren ganar plata. A los sub 20 les quedan todavía ganas de potrero, de desafío físico; a los otros sólo les queda vomitar los excesos de anoche para comenzar con los excesos de hoy. Los chicos juegan; los grandes especulan y se llenan.
Pero esta diferencia no ha de motivarse en un cambio generacional, sino apenas en que a los chicos aún no les han llegado los contratos multimillonarios, la buena vida de arriba, la idolatría, la deferencia permanente, la sensación de superioridad. Es decir: no se hagan ilusiones para el Mundial 2010, porque es muy probable –casi seguro– que estos chicos se achanchen y dentro de no muchos años prefieran los buenos hoteles antes que los goles, grabar un cd más que hacer un buen pase, codearse con Susana Giménez en lugar de entrenar. ¿O acaso la mayoría de los jugadores de la selección mayor no fue en su momento parte de la entonces prometedora selección sub 20?

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Ya lo sé, es verdad. Y no hace falta que lo aclare, pero para satisfacer la torpe y barata felicidad de algunos volveré a decirlo cuantas veces lo necesiten: no sé ni entiendo nada del fútbol en tanto deporte. (Para quien crea que esta aclaración es vana, advierto que este blog nunca ha recibido tantas puteadas como al tratar el sacrosanto tema del fútbol.) Pero esta ignorancia no me inhabilita (como sí pretenden los descerebrados de tablón y trapos, que en su fanatismo se consideran dueños de la verdad acerca de lo que incluso no quieren ver) para hablar del fútbol profesional ya que éste se trata de escándalos, casos de doping, alcoholismo, noches de alta sociedad alternadas con noches de putas y drogas (aunque muchas veces aquellas noches y éstas son las mismas), trompadas, barras bravas que apoyan y barrabravas que aprietan, algunos muertos, chantajes políticos, canjes de favores, censuras, silencios, complicidades policiales y judiciales, a lo que se le agrega un mínimo porcentaje de deporte y una inmensa cantidad de negocios, negociados y corrupción que se ocultan tras la insostenible máscara de las obscenas cotizaciones de los jugadores.