martes, junio 12, 2007

ministros teólogos y arzobispos politizados

Aníbal Fernández dijo: “Si a la religión se la utiliza como bandera política, no es la Iglesia de Cristo”. Se refería así a los dichos del arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio, en la misa de Corpus Christi del pasado sábado (la homilía completa, haciendo click aquí).
Allí, Bergoglio comenzó diciendo que el niño que le ofreció a Jesús los peces para la multiplicación era quizás un vendedor ambulante. Si el inicio fue así de amarillista, el resto ya se suponía poco prometedor.
Luego enumeró que la fe se demuestra en “obras de respeto, de justicia, de paz, de solidaridad y de diálogo”, poniendo el respeto por delante de la justicia. Rara primacía.
Siguió falseando el sentido de la palabra bendecir, que no es “decir bien”, como aseguró Bergoglio y sobre lo que sostuvo toda su homilía, sino “decir el bien”, tomando al lenguaje en un sentido performativo: al decir el bien expreso el deseo de bien y lo genero; en este caso, como la bendición siempre viene de dios, es éste quien genera ese bien.
Ese falseamiento quedó claro cuando Bergoglio dijo: “También nos hace falta decirnos bien las cosas que nos dieron nuestros mayores: bendecir nuestro pasado, no maldecirlo. Lo que fue pecado e injusticia también necesita ser bendecido con el perdón, el arrepentimiento y la reparación”. Ahí hizo un giro en su discurso y mezcló el tema del perdón al de la bendición, que no es lo mismo. Ahí le endosó a dios lo que pretende que hagan sus fieles, aunque no imaginamos a su dios (ni siquiera al dios católico guerrero y sanguinario de los tiempos medievales) bendiciendo una injusticia padecida por sus fieles; la lógica teológica parece más inclinada al perdón del pecado y de la injusticia que a su bendición. Y, además, ahí volvió a alterar el orden de los factores (lo que en este caso sí altera el producto): habló de “el perdón, el arrepentimiento y la reparación”, mientras que la Iglesia siempre enseña que el arrepentimiento y el propósito de enmienda (compromiso de reparación) son previos e indispensables para el perdón.
No parece haber estado diciendo la verdad con eso de “Nos hace falta también bendecir el presente, hablar bien unos de otros. No para adularnos, sino buscando lo que construye, lo que une, lo bueno que compartimos y que supera las distintas perspectivas y es bien común”: linda frase, pero incompatible con la profusa actividad de sus operadores (algunos visibles y mediáticamente expuestos, como Guillermo Marcó, Jorge Enríquez o Santiago de Estrada, y otros que trabajan en las sombras) que rechazan de antemano cualquier reclamo que se aleje de la moral católica y ningunean a quienes hacen esos reclamos.
No sólo hubo palabras; también hubo gestos. Bergoglio se despojó de dos atributos litúrgicos propios del obispo: no se lo vio en la misa usando mitra ni báculo. Gesto contradictorio: al no usar esos elementos parece más humilde, menos jerárquico y más popular, pero a la vez se aleja de los mandatos rituales de la Iglesia. Y eso no parece estar muy bien: cada cual debe cumplir lo que eligió cumplir. No vale jugar en un equipo y no querer lucir la camiseta. Hay que bancarse los símbolos, porque hay que bancarse la pertenencia. Bergoglio podrá jugar distinto y hacer otras gambetas, pero sabemos que el suyo es el mismo equipo en el que revistaron Copello, Caggiano, Aramburu, Primatesta, Plaza, Storni, Baseotto y tantos otros inolvidables jugadores, aunque siempre quieran distraernos afirmando que esa misma camiseta fue llevada por algunos ídolos admirados e indiscutidos por la mayoría (por ejemplo, Bergoglio no se perdió el traslado de los restos del cura Carlos Mujica a Villa 31).
Este manoseo teológico y pastoral tiene demasiados visos de discurso de barricada. Bergoglio (¿se habrá sentido al frente del polo opositor, como Copello o Tato o Novoa en los días del Corpus Christi de 1955?) responde con ningún ánimo de reconciliación presente a quienes denuncia por no mostrar ánimo de reconciliación con el pasado impune. Llama a rociar con nafta a los que considera pirómanos. (Qué poco oportuna suena la imagen ígnea habiendo citado líneas antes al junio de 1955…)
Para completar, Bergoglio manejó con habilidad de buen orador las entonaciones y las pausas en su predicación, lo que naturalmente despertaba los aplausos (¿aplausos en una homilía?) de los presentes.
Sé que yerro en el título de este texto al hablar de un “arzobispo politizado” porque, en realidad, es un “arzobispo partidizado”, aunque todavía no está claro por cuál se juega: de un hombre astuto como él no puede afirmarse nada con ligereza. Ni los piropos que le ofrendan los duhaldistas ni los crucifijos y oráculos apocalípticos de Carrió han logrado que Bergoglio tome partido y les de su apoyo. (Lo más sorprendente está en la derecha reaccionaria: con su habitual e impúdica lógica apenas regida por el acomodo a los propios intereses, aprueba y avala y se alista detrás de un arzobispo que tiene gestos y palabras propias de un populista demagogo.) Sólo sabemos que cuando Bergoglio está en contra de algo, no muestra reparo alguno en los medios. Así, siendo uno de los tantos que tuvo como necesaria la caída de De La Rúa, el arzobispo no fue capaz de intervenir ni siquiera para salvar vidas: no se explica sino desde la intención de dejar caer a ese gobierno su vergonzosa ausencia en Plaza de Mayo durante la manifestación del 20 de diciembre de 2001, porque le bastaba con cruzar la calle y poner el cuerpo para detener o al menos apaciguar la criminal represión (nadie le iba a pegar un cachiporrazo a un tipo de sotana y faja roja, y mucho menos si se aparecía con algún atributo ceremonial). Y sus homilías soliviantadoras en las misas por las víctimas de Cromañón, lejos de los habituales tópicos católicos de aceptación y resignación, fueron un llamado permanente a exasperar los ánimos para culpar a un gobierno que, casualmente, generó derechos en temas relacionados con la sexualidad (educación sexual, salud reproductiva, unión civil), materia con la que la Iglesia tiene atados por las pelotas (o atadas por los ovarios, según corresponda) a buena parte de sus fieles.


Cuando el ministro del Interior formula públicamente afirmaciones teológicas, las cosas no están bien. Pero cuando el arzobispo dice y hace estas cosas, lo realmente malo está por venir.