lunes, abril 16, 2007

enfermitos que enferman

Aunque haya quienes a otros así denominan, a él jamás le dirían “drogón”. Ni siquiera se habla de drogadicción: nos recuerdan que en algún momento “tuvo un inconveniente con las drogas” (cuando en realidad se refieren a los años en que le daba a la pala como sepulturero en tiempos de peste). Sus picos de euforia son presentados como buenos síntomas de su rehabilitación. Sus descontroles, recaídas.
Un desequilibrado que no puede con su agresividad insulta y provoca y pega dentro y fuera del área, y en lugar de meterle una patada en el orto y mandarlo a alimentar pirañas, es avalado por la dirigencia y tomado como anécdota por el periodismo especializado.
El depresivo y pecho frío que puso a la sensibilidad de su madre como excusa para no seguir haciendo papelones en la selección regresa y es ovacionado con gratitud por aceptar darle una alegría a la mitad más uno del país por la módica suma de aproximadamente seiscientos veinte dólares por hora (por hora de su vida, incluso las que duerme).
El borracho perdido consigue trabajo bien pago y figura en algunos partidos para levantarle la autoestima. Como la plata se le sube fácil a la cabeza, sale de copas y llega borracho al siguiente entrenamiento, pero todos merecen una segunda oportunidad.
El ídolo noventoso va a la cárcel a visitar a un recluso a quien lo une una relación algo confusa y luego se niega a hablar del tema.
Aquél se resiente el bracito y se baja del torneo para cuidarse y estar a punto en el próximo, aunque tenemos la sospecha de que en ese otro torneo también se resentirá. El país –al que sólo los idiotas creen que aquél representa– pierde la chance del máximo premio. ¿Para qué esforzarse por una ensaladera, si con alcanzar la compoterita se asegura una fortuna?
Y el otro, cuya frágil psicología llegó a ser presentada como tema de preocupación nacional, juega como si fuera manco y nos conmueve en la conferencia de prensa: ahí se lo ve tan abatido que hasta habla de su retiro. Se caga de risa, se va, entrena un poquito, jode mucho, la pasa bomba y vuelve a jugar. Mientras gane uno de cincuenta, seguirá embolsando.
Estas noticias y muchas otras semejantes nos son relatadas por los periodistas deportivos, claro está: todo lo que hagan tiene relación con el mundo del deporte. Delitos, abusos, enfermedades, chantadas o lo que fuere, pertenecen al mundo del deporte.
Cada vez dudo menos que los deportistas son usados por algunos poderosos para que el pueblo ignorante –nativo o por opción– admita la existencia de personas que pueden hacer lo que se les antoja y a quienes se les permite todo. Si Riquelme cobrará dos millones de dólares por menos de cinco meses de trabajo, ¿por qué no podría ganarlos Mauricio Macri en alguna de las empresas de su papá? (o, dicho a la medida de su declaración jurada de bienes, ¿por qué no podría recibirlos Mauricio Macri como parte de las habituales donaciones de su papá y su mamá?). Si Gaudio cobra por hacer mal lo que dice saber hacer, ¿por qué el hijo del presidente del directorio no puede ser gerente siendo un inútil? Si Sessa es apenas “temperamental” y sigue demostrando ser un gran arquero, ¿por qué un eficiente supervisor no podrá maltratar a los empleados que tiene a su cargo? Y así, cientos de ejemplos. Cientos de propuestas para avanzar hacia una sociedad de mierda.
Si la religión es el opio de los pueblos, el deporte mercantilizado es el paco de sus seguidores.

1 Comments:

At martes, abril 17, 2007 9:52:00 a. m., Blogger Fender said...

El año pasado sufrí una especie de click con el fóbal. Esa especie de encaprichada entre La Volpe y los jugadores, por no salir campeones. La "interna" en la Selección, para no pasársela a Crespo.
De alguien que toda su vida fue una especie de budah zen del balompié, a no ver nunca más un partido, mucha agua a corrido bajo mi puente.
Suscribo este post con sorprendida alegría.

 

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