miércoles, febrero 06, 2008

la cruz y la espada siempre se encuentran

“Yo no puedo decir lo que pienso porque cuando lo hice mi marido se quedó sin trabajo. Me dejaron en la calle con siete hijos”, dijo La Nación que había dicho ella, y ha de ser verdad no solo porque ella no lo desmintió, sino también porque el diario La Nación es muy generoso con ella y jamás pondría en su boca palabras que no ha proferido. Pero es una muchacha con suerte: aunque quedó con sus siete hijos en la calle, consigue viajar para expresar sus preclaros mensajes por aquí y por allá. Ahora está en Corrientes, soliviantando los ánimos en el juicio oral por crímenes cometidos durante la dictadura militar en el Regimiento de Infantería 9.
En la puerta del tribunal, algunas personas vivaron la dictadura y rezaron. Y uno vuelve a preguntarse por enésima vez por qué la Iglesia católica sigue permitiendo que sus plegarias, sus símbolos, sus rituales y hasta su dios sean usados con fines políticos. Por supuesto, lo permite cuando esos fines políticos son los fines políticos de la derecha más recalcitrante; si un filocomunista lo hiciera, el papa Ratzinger o alguno de sus subordinados lo reprendería o descalificaría públicamente o le impondría alguna sanción canónica.
Y uno vuelve a preguntarse por enésima vez cómo pudo haber olvidado aquel esclarecedor acto del 5 de octubre de 2006, cuando la nostalgia por la impunidad (amenzada, que no perdida, ¿eh?) reunió a carcamanes exasperados pidiendo los juicios a los terroristas (los juicios que ellos mismos no hicieron mientras detentaron el poder político y judicial pues estaban muy ocupados con sus carnicerías y saqueos) con la emblemática Cecilia Pando de Mercado, mientras de fondo se escuchaba la lectura del mensaje con el que el cardenal Bergoglio se excusaba por su ausencia en esa tan democrática convocatoria.
Viendo el revés de esa trama, es evidente que ningún vocero eclesiástico cuestionará los rezos en la puerta de los tribunales correntinos.