perversos que educan
Comentaba anteayer mi visión acerca de la influencia del deporte mercantilizado en ciertas conductas sociales. Cómo no continuar hablando en esa misma línea pero poniendo el foco en la televisión. Y cuando digo “la televisión” estoy refiriéndome a esa fauna siniestra que conforman algunos de sus personajes, ya sean –hombres o mujeres– conductores de ese medio, actores, periodistas, productores, gerentes de programación, mediáticos, famosos, participantes, panelistas, opinólogos y varios etcéteras más, que manipulan la información, deforman la realidad, evitan las problemáticas profundas, vulgarizan temas, relativizan a su antojo dramas o situaciones vergonzosas, mienten sensibilidad social desde su más relajada comodidad, cacarean el reclamo de mejoras para los olvidados (ahora queda bien decir que el estado debe hacerse cargo de todo) y, por sobre todo, meten miedo cada vez que pueden dándole manija al tema de la inseguridad.
Sin tener un dato cierto, tengo la certeza plena de que no es casual el repentino ascenso de Marcelo Tinelli en los albores del menemismo. La política de entonces lo necesitaba, y la de ahora, la que se dice “nueva”, sea oficialista u opositora, no está en condiciones de despreciar sus servicios. La televisión basura de Tinelli fue un puntal indispensable para generar actitudes que sostuvieran y avalasen al individualismo, la desvalorización y hasta el desprecio por el otro, la interpretación ajena de lo patente, la aceptación de la confabulación como simple espontaneidad.
Explico y aplico. Sus cámaras ocultas callejeras molestaron, se burlaron y denigraron con impunidad a miles de personas –y con particular ensañamiento para con los ancianos– para la satisfacción de quienes veía sus programas, admitiendo y consagrando un sistema que permita usar del otro a mi antojo. La permanente explicación que hizo y hace de lo que sucede a la vista de todo el público, ya sea comentándolo en cámara o en off, con palabras o con gestos, garantizó y garantiza una base social amplia que –aun viendo la realidad– atiende y se atiene a la interpretación que otro le da de ella, facilitando así la aceptación de cualquier discurso (desde el “Estamos combatiendo la desocupación” mientras se la generaba hasta los actuales niveles oficiales de inflación). Y aquellas cámaras ocultas que se hacían con la complicidad de un amigo o pariente, cuya víctima luego decía que nada había sospechado y terminaba ganando algunos premios, ¿carecen de relación con la pretensión de hacernos creer, por ejemplo, que tres ministerios se involucraron en una misma acción delictiva pero que jamás se trató de una asociación ilícita? Y más, y más, y más...
Si fue casualidad, fue mucha, fue excesiva casualidad. No estoy pensando en una conspiración capitalista que puso a Tinelli en la televisión para desmantelar nuestro país, pero sí que, una vez aparecido ese mediocre, fue alentado desde el poder.
Pero no es el único, ni mucho menos. ¿Qué decir de quienes premian a cambio de la humillación, el maltrato o el sometimiento? Esa lección, tan conveniente para el sistema capitalista, nos la brindan –con molestia, modestia o estupidez– Gerardo Sofovich, Susana Giménez o Marley. ¿Querés lograr algo? Bancate el maltrato, hacé lo que odiás hacer, comé insectos o alienate encerrado durante meses.
Y cuando la derecha sale a escandalizarse porque en esos programas se ven culos y tetas y se dicen cosas corrosivas para la juventud, ¿no están invitando a un tropel de descerebrados a pegarse a esos ciclos? Porque cuando algo realmente les molesta, ni lo nombran para que nadie se entere de su existencia.
Me faltó decir algo en el post anterior, y lo digo aquí, cerrando éste: no pretendan hacerme creer que los deportistas y las figuras de la televisión son inocentes frente a esto, o que lo hacen sin saber. Nadie puede alegar su ignorancia o su incapacidad de sospecha frente a sueldos y contratos impúdicamente desproporcionados en un mundo hambreado. Son cómplices, les guste o no, lo asuman o no, lo piensen o no. Son cómplices, lo paguen o no.